Experiencias de activismo y empoderamiento de personas LGBTIAQ+ en Chile: Camilo García
SANTIAGO, 20 de junio. Con motivo del Mes del Orgullo, hemos preparado una serie de entrevistas con activistas destacados de diversas áreas en Chile. Hoy tenemos el honor de conversar con Camilo García-Cisterna, un cientista político y activista queer que se desempeña como asesor político en la Embajada de Nueva Zelandia en Chile.
A través de esta entrevista, exploraremos sus experiencias de activismo y empoderamiento, y su visión desde el ámbito en el que se desempeña. Las opiniones vertidas en esta entrevista son de exclusiva responsabilidad del entrevistado y no representan la posición de la Embajada de Nueva Zelandia.
- Camilo, gracias por estar con nosotros en esta entrevista. Eres una figura destacada en el movimiento LGBTIAQ+ en Chile. ¿Podrías contarnos un poco sobre tu historia personal y tu trayectoria como activista?
Hoy tengo 29 años, me describo como una persona queer, como un marica. Soy hijo de exiliades y como tal siento que siempre he sido activista por los derechos humanos. Mis padres y abuelos tuvieron que escapar de Chile para sobrevivir. Luego, decidieron volver y quedarse a defender la democracia y promover los derechos humanos. Esa influencia me motivó a defender siempre mis derechos a buscar construir una sociedad mejor.
Cuando era adolescente estuve en el movimiento estudiantil secundario. En 2011, con 16 años, fui vocero nacional de los estudiantes secundarios. En ese momento recibí mucho bullying por ser abiertamente gay. Recuerdo que tenía de ringtone Bad Romance de Lady Gaga y me decían en burla “Chico Gaga”. En un momento me lo empecé a tomar en serio y con orgullo. Me salté del movimiento estudiantil, que era (y es) muy machista, al movimiento LGBTIAQ+.
Como ya tenía algo de experiencia lidiando con el Congreso, con el gobierno, con proyectos de ley y esas cosas, entré rápidamente al equipo político de una ONG de diversidad sexual. Lo primero que hicimos fue comentar la Ley Zamudio (Antidiscriminación). Desde ahí prioricé tener un impacto político y estudiar. Tuve mucha ayuda de activistas históricos, con mucha experiencia, y de la biblioteca de la ONG, donde estudié por mi cuenta mucho sobre género y disidencias sexo-genéricas.
- ¿Cómo fue el camino para convertirte en cientista político?
Me tomé un largo break, de 3 años, antes de entrar a la universidad. Quise trabajar y conocer “el mundo real”. Trabajé en un Call Center, donde encontré a muchas disidencias y a personas con discapacidad que se desempeñaban en ese rubro porque aun atendiendo público estaban protegidas de muchas violencias. Nadie te juzgaba por cómo vestir o cómo te veías. Trabajé en restaurantes, cafés, en una disco cola de Bellavista, en hotelería… un millón de cosas.
Por mucho tiempo quise tercamente ser médico. Hasta intenté estudiar en Cuba medicina, lo que fue un gran error, pero me permitió conocer La Habana, que es una ciudad hermosa con una comunidad queer muy vibrante. En ese tiempo aún no llegaba el internet a la isla y la gente se juntaba en la calle porque no había aplicaciones de citas. Fue como volver al pasado de nuestras madres maricas que salían a los parques, bares y sitios de cruising.
Eventualmente decidí que lo que me interesaba era estudiar cómo funciona el poder, cómo opera el sistema en el que vivimos. Entré a Ciencia Política en la Universidad Diego Portales (UDP) y me interesé mucho por la metodología, psicología y la economía política. Más que aprender teorías quería adquirir herramientas y en esas materias encontré los utensilios para hacer sentido de los fenómenos políticos que nos cruzan. Por ejemplo, que el auge de la extrema derecha podemos explicarlo como un fenómeno psicológico colectivo más que como una “maldad” inherente a las personas – eso te da mucho más campo para la acción y para responder a estos movimientos de manera inteligente.
- ¿Y después de la universidad? ¿cómo fue para ti encontrar trabajo siendo una persona abiertamente queer?
Empecé a buscar trabajo cuando estaba estudiando aún. Trabajé en investigación un tiempo. También hice una pasantía en la unidad de Salud y Educación de la UNESCO. Esos contactos en Naciones Unidas los hice a través del activismo LGBTIQ+. Ahí adentro me dí cuenta de que ser una persona queer tiene costos importantes – muchas personas no te toman en serio, o asumen que tus argumentos son menos objetivos. Pero también trae beneficios, especialmente para expandir tus redes y para mirar las cosas con otra perspectiva.
Saliendo de la universidad estuve haciendo análisis de datos para el INDH, donde me echaron porque a la Dirección del Instituto se le ocurrió que no querían publicar más datos. Trabajar con datos fue un buen aprendizaje en mi carrera, tanto como activista como profesional. Los datos ayudan a abordar discusiones complejas, ensuciadas de lo que mal llamamos “valores”. Por ejemplo, es incuestionable que las personas trans tienen una peor esperanza de vida y nos tenemos que hacer cargo de eso. Una cosa parecida era cuando estaba en el INDH y reportaba datos sobre violaciones a los DDHH: era incuestionable que había miles de casos de tortura y que nos teníamos que hacer cargo. Hoy la conversación es más difusa y cuesta mucho más hablar de reformar Carabineros con enfoque de Derechos Humanos.
En el trabajo en el que estoy ahora, soy asesor político de la Embajada de Nueva Zelandia. Siempre me preguntan cómo llegué acá y la respuesta es muy aburrida: pasé por un proceso competitivo, donde midieron mis capacidades y luego entré a trabajar. Nueva Zelandia tiene una política de diversidad de inclusión muy fuerte. A nadie se le ocurriría cuestionar mi calidad profesional por ser queer. Por el contrario, uno de los valores con los que Nueva Zelandia se plantea frente al mundo es Kotahitanga, un concepto Maorí que puede traducirse como “ser mejores a partir de nuestra diversidad”. La diversidad se valora y se celebra.
- Desde ese rol en la Embajada de Nueva Zelanda, ¿cómo has podido contribuir a la promoción y defensa de los derechos LGBTIAQ+?
Mi rol no involucra tomar decisiones. Yo no puedo cuestionar o alterar la política exterior de Nueva Zelandia. Por suerte Nueva Zelandia es uno de los países miembros de la Equal Rights Coalition, un grupo de países que acuerdan promover los derechos de las personas LGBTIAQ+ y es uno de los países con mejor estándar de vida para las personas queer en el mundo. Gracias a eso siempre estamos en la marcha del orgullo, conmemoramos efemérides relevantes para la comunidad y nos involucramos en discusiones sobre ello, tanto con Chile como en la región.
Internamente el Ministerio de Relaciones Exteriores de Nueva Zelandia tiene un grupo llamado “Red Arcoíris” donde personas LGBTIAQ+ que trabajan para el ministerio se organizan en solidaridad. Hay una experiencia similar naciendo en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, liderado por Eduardo Pool, un diplomático Chileno. Informalmente también hay muchas redes en el mundo diplomático que conversan sobre estos temas y los intentan llevar adelante. Es importante usar las redes formales e informales que tenemos para difundir información y actuar mancomunadamente, especialmente con países que piensan similar a nosotros.
- ¿Podrías darnos ejemplos de iniciativas o políticas específicas en las que hayas trabajado que busquen empoderar a la comunidad LGBTIAQ+?
Hace algunas semanas estuvimos conversando en la Embajada sobre cómo ser queer también significa aprender constantemente cosas nuevas y adaptarse a un mundo que cambia. Esa conversación ha generado interés en varios colegas de otras Embajadas que quieren conversar sobre las mismas cosas. Todos los años desde que empecé acá soy parte del trabajo de hacer discursos para el día del orgullo, coordinar nuestra participación en la marcha. También hemos intentado activar la Equal Rights Coalition acá en Chile, para trabajar en red con otros países. En el Grupo de Amistad con Nueva Zelandia en el congreso hay connotades parlamentaries que apoyan los derechos de diversidades y disidencias y hemos conversado con ellos, por ejemplo, sobre cómo las protecciones a las diversidades y disidencias sexo genéricas en Nueva Zelandia pueden implementarse en Chile.
Antes, estando en Unesco, tuve la oportunidad de contribuir sustantivamente a la guía sobre cómo medir orientación sexual e identidad de género en Escuelas. Ahí trabajamos también con MAG Jeunes LGBT, una ONG francesa, para medir la inclusión de jóvenes queer en salud, educación y democracia a lo largo de 5 macrorregiones: Medio Oriente y el Norte de África, América del Norte, Asia Oriental, Rusia y Asia Central y América Latina. Fue una experiencia extremadamente interesante. Yo escribí el informe de América Latina que arroja resultados que ya sabemos: los jóvenes LGBTIAQ+ no se sienten incluídes, no tienen acceso a servicios básicos de salud, el sistema educacional no les considera y, como resultado, no ven un futuro en el país en que nacieron. Creo que eso explica mucha fuga de cerebros de personas queer que deciden hacer carrera y desarrollar sus talentos en países más inclusivos.
Acá en Chile he estado involucrado en la discusión de la Ley de Acuerdo de Unión Civil, la Ley de Identidad de Género, la Ley de Matrimonio Igualitario y varias políticas públicas orientadas a mejorar el acceso a servicios del Estado y la medición de las condiciones de vida de la comunidad LGBTIAQ+.
- ¿Qué desafíos has enfrentado como persona queer en el ámbito diplomático y cómo los has superado?
Directamente en el ámbito diplomático no he enfrentado muchos desafíos. Desde hace muchas décadas que las personas queer hemos aprovechado el medio diplomático. Ser cónsul vitalicia ayudó mucho a Gabriela Mistral a vivir su relación con Doris Dana con un nivel de libertad casi imposible en Chile, por ejemplo. En países donde la sexualidad y las libertades están más restringidas es común ver diplomáticos LGBTIAQ+. El entorno diplomático se basa en el respeto y en mantener la cordialidad y eso ayuda a que prime el buen trato por sobre todas las cosas.
Un desafío importante es que efectivamente tenemos que hablar con todos. A veces me relaciono con personas que representan a países donde la homosexualidad acarrea la pena de muerte. O con políticos que expresan y defienden abiertamente posturas odiosas hacia la comunidad, que han atacado directamente mi dignidad como persona. Para mí es importante mantener el profesionalismo y no permitir que eso afecte la calidad de mi trabajo. Lo mejor que puedo hacer es seguir progresando y procurar que esas personas tengan que convivir conmigo – están obligadas a tratarme con respeto cuando estoy en funciones oficiales y eso siempre me hace sentir empoderado. Un diputado puede salir a llamarme desviado en un discurso, pero después tiene que darme la mano y sonreír. Esa convivencia puede ser incómoda al principio, pero creo que en el largo plazo sí ayuda a cambiar las cosas.
- ¿Qué mensaje te gustaría transmitir a la comunidad LGBTIAQ+ y a los aliades que leen esta entrevista en el Mes del Orgullo?
Que ser una persona queer es hermoso. Lo conversaba con mi pareja hace algunos días atrás en la Parada del Orgullo en São Paulo. Volvería a nacer como persona queer mil veces más, a pesar de todas las ofensas y las inseguridades.
Nuestra comunidad es creativa y hermosa. Tenemos espacios de apoyo maravillosos. Soy un apasionado por la cultura Ballroom, por los espacios queer como los bares y fiestas autogestionados que hay en Santiago (y en muchas otras ciudades). Nuestra comunidad tiene la capacidad de conformar familias escogidas. Mi familia escogida de personas queer y aliades me trae felicidad siempre que lo necesito. A las personas que aún no encuentran esas conexiones las invito a acercarse a los espacios queer.
Profesionalmente me parece importante destacar que no sólo se puede ser abiertamente queer y un profesional exitoso. Ser una persona disidente también es un superpoder que nos ayuda a expandir nuestras redes de contactos, a aprender cosas nuevas, a tener una perspectiva diferente. Nuestras historias de vida nos han llevado a abrazar la diferencia y eso es una herramienta poderosísima en el trabajo. La creatividad, la unión, el ingenio, la comunicación, aprender a hablar en distintos códigos. Son todas cosas que me ha enseñador el ser una persona queer y me han ayudado a llegar mucho más lejos.
Ha sido un verdadero honor conversar con Camilo García-Cisterna, cuya historia personal y trayectoria profesional son un testimonio inspirador del poder del activismo y la resiliencia. Su trabajo como cientista político y asesor en la Embajada de Nueva Zelandia no solo ha sido un ejemplo de empoderamiento para la comunidad LGBTIAQ+, sino que también ha demostrado cómo la diversidad y la inclusión pueden ser motores de cambio y progreso. Camilo nos recuerda que ser una persona queer es una fortaleza y que, a través de la equidad y la inclusión, podemos construir una sociedad más justa para todes.
Esta entrevista se enmarca en nuestro ciclo especial de conversaciones durante el Mes del Orgullo, subrayando la diversidad de voces y experiencias que conforman el movimiento por la diversidad sexual en nuestro país. A través de estas historias, buscamos no solo celebrar los logros, sino también inspirar a otros a unirse a esta causa esencial.
Estas acciones forman parte del compromiso de TRANSED por contribuir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. Si te interesa saber más sobre los ODS, puedes contactar con nosotros aquí.